Desde Juaritos...

lunes, 10 de octubre de 2011

Textos de Lee

Se hace llamar Lee M.S. Carrol, tiene veintiun años, casi veintido. Nació en El Paso Texas pero ha vivido toda su vida aquí en Juaritos (como muchos). Está estudiando Psicología y nos dice que está eternamente enamorada de la nostalgia, el pasado, los relojes, y un conejo blanco que siempre llega tarde pero que sin falta me lleva a mi país de las maravillas. Y bueno sus hobbies son: escribir, leer, tener discusiones acerca de sexualidad o roles de género, obsesionarme con Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del Espejo, y con videojuegos y otros personajes de ficción. Ya la conocemos un poco ahora a leer sus textos.













Verso a los estragos de un libido desenfrenado

Cae sin gracia alguna, totalmente vencido por su propio orgullo.
Cae rendido, flácido, ya muerto, vacio.
Ha perdido ya su fuerza, su forma, las ganas de seguir,
de retomar nuevamente lo de minutos anteriores.

Y ahora siente frio, se siente vulnerable, pequeño
opacado por la sombra del recuerdo,
pues, incluso reviviéndolo, permanecerá muerto...

Al menos solo por ese momento, unos cuantos minutos,
o si ya añejo esta, unas horas e incluso días
en los que la memoria solo servirá para atormentar las ganas.




Escribo por ti




Escribo por ti y por mí, mas los espacios entre nuestras letras me parecen inmensos, un vacío hacia lo eterno, un salto hacia lo oscuro e incierto.

Borro los espacios entre estas letras, queriendo también borrar el espacio entre tú y yo. Todo se arrejunta, encima uno del otro, y te veo a ti sobre mí, o a mi sobre ti, en verdad no importa. Solo sé que te consumo y me consumes, te respiro y me respiras, te vivo y me vives.


Somos carne remendada por los hilos de algo que jamás conoceremos, de algo a lo que busco encontrarle un nombre, una razón, una idea para entenderte y entenderme, para aceptar que lo que sucede entre el silencio y la oscuridad es algo más que tu piel encendida tratando de adueñarse de la mía, algo más que tu espacio intentando ocupar el mío, algo más que tus labios devorando mi aire.

Te respiro, me respiras, me intoxicas. Y luego termina en un sollozo, un gemido, un alarido, un suspiro y una risa, y dejas de ocuparme, de adueñarte de mí. Y de nuevo queda la duda de que es lo que nos une, de que es lo que nos separa. Y después, mientras tu aire ya no invade mi aire, queda el miedo a que nunca seremos uno, las ganas de adueñarme de ti, las ganas de que tú seas yo y yo sea tú.

Luego duermo y todo desaparece. Olvidado entre los recuerdos de los dos. 



Metamorfosis



El error más grande del ser humano no yace en su habilidad para mentir y engañar, si no en su afán de servir al tiempo y envejecer con él.

Llegué a pensar que era estático, completamente inmune a los estragos del tiempo; llegué a suponer que sufría de absolutamente nada, que su cuerpo no fue hecho para adaptarse al cambio que traen consigo las manecillas del reloj, que el tiempo se adaptaba a él.

Mas luego miré la fatalidad que uno prefiere ignorar cuando se comprende que no somos eternos, que el tiempo no perdona a nadie ni a nada, y que todo pierde su gloria, su belleza, su valor, todo decae ante las crueles garras de nuestra constante pelea contra el reloj.

Las arrugas trataban de permanecer ocultas tenuemente bajo cosméticos, cuya única labor de mantener intacta aquella faz juvenil y despreocupada había sido una completa falla. Unas ligeras líneas que parecían prácticamente invisibles a la distancia se formaban en sus mejillas, marcando permanentemente el fantasma de aquella sonrisa que había logrado conquistarme.

Nuestra proximidad resaltaba toda pequeña imperfección, desde los claros vellos que crecían al costado de sus labios, hasta las estrías que se formaban en su entrepierna. Y fue ahí que perdí la admiración que ella había ejercido en mi la noche anterior, cuando ella parecía perfecta, cuando sus labios sonreían ante palabras torpes suspiradas en sus oídos delicadamente adornados con joyería fina, cuando sus ojos brillaban en el resplandor de las luces de la noche, cuando su piel parecía tallada en mármol.


Todo se fue a la basura cuando, bajo la tenue luz que se escabullía por la ventana, logró hacerme ver que todo lo que pareció hermoso durante la noche, inmune al tiempo y a la fatalidad que todo ser humano debe de sufrir, había sido nada más que una mentira. Lo que estaba en la cama, desnuda y aparentando ser un ángel, no era más que alguien tan común como yo, tan ordinario, corriente y nada excepcional.

Levante las cobijas delicadamente, tratando de no despertar al monstruo que gustaba de disfrazarse bajo joyas finas, maquillaje costoso, vestidos sumamente ajustados y una facilidad para mentir acerca de su edad, me vestí y me dirigí a la puerta. Una última mirada furtiva al monstruo, a quien no quería despertar, fue suficiente para ver cómo es que había sido cautivado por tal mentira.

A lo lejos, su piel volvía a ser de mármol, las estrías desaparecían, no había ningún vello insolente disminuyendo la femineidad de su faz, y las infamantes arrugas ahora eran solo un viejo recuerdo.

Una terrible mentira, eso era todo lo que veía en ese momento.

Y, no esperando observar los demás estragos que el tiempo podría traer sobre ella, me fui para buscar la perfección y la belleza eterna una vez más, aun sabiendo que las probabilidades de encontrarla morían conforme el reloj marcaba la hora.